La ciudadanía es un concepto que se relaciona con la participación en la actividad social y política de los individuos que forman parte de una nación y que se puede ejercer en los ámbitos privados e individuales, así como en el plano público y colectivo.
Es parte de la esencia de la dinámica de los habitantes de un país, gozando de garantías y derechos a la misma vez que responden ante las obligaciones y demandas derivadas de esa misma ciudadanía.
Estas garantías y obligaciones apuntan todas al bien común, al respeto por el prójimo y al establecimiento de una interacción social y convivencia humana en paz y en justicia. Los buenos ciudadanos siempre son garantía del bienestar de sus compatriotas, de sus vecinos y familia.
La ciudadanía nos define, nos identifica, nos permite sentir que somos parte de un grupo de personas pertenecientes al mismo país. Define nuestros intereses generales, nacionales y comunitarios; dándonos un cierto poder que surge de esa autonomía del individuo libre, consciente y decidido a responder por sus acciones.
Este poder que nos otorga el ser ciudadanos, se debe usar para influir e intervenir positivamente en la toma de decisiones en los diversos espacios de nuestra vida, desde lo privado hasta lo público. Por eso es oportuno indicar que la verdadera ciudadanía se consolida en la interacción positiva, proactiva, respetando la dignidad de toda persona.
Esta dignidad humana, de acuerdo a lo establecido en la Biblia, deriva de la imagen y semejanza de Dios que todo ser humano porta sin excepción. Por esto mismo y sobre todo cuando hablamos de ciudadanía, no caben conceptos como la discriminación, la exclusión, marginación de ningún tipo.
Siempre el ejercicio ciudadano, entre connacionales, entre prójimos que comparten una sola patria, debe ser pacífica, de mucho respeto. No debe dar lugar a ningún tipo de violencia, ni desde las entrañas del seno familiar, ni entre individuos, ni de género, ni política, religiosa o étnica.
Cuando una persona pierde la noción de ciudadanía surgen sentimientos y actitudes que van, desde la violencia, hasta la apatía, la indiferencia y sobre todo, el individualismo. Un mal ciudadano busca únicamente su propio interés y en ese afán, no le importa pasar encima de sus conciudadanos; y sin percatarse, atenta contra su nación y por lo tanto, viaja en una ruta irracional de auto destrucción. Ser ciudadano de un país, implica que su primera obligación es informarse de manera concreta y por su propia cuenta, acerca de sus derechos, garantías, pero también, de sus obligaciones y responsabilidades.
Éstas, constan en la Constitución Política de la República de Guatemala, la cual hará bien si la lee detenidamente.
Nuestra Constitución Política, establece las garantías y derechos de todo ciudadano guatemalteco, desde su concepción, durante todos los días de su vida, hasta la muerte. Vale decir que, nuestra ciudadanía queda establecida desde la concepción y es inherente a nuestra vida y accionar.
Se puede renunciar a la ciudadanía de un país en particular, se puede gozar de dos o más ciudadanías al mismo tiempo; lo que nunca le puede ocurrir a una persona, es que no tenga una. Todos los seres humanos son parte de algún país o nación y de ahí, deriva la ciudadanía que les corresponde.
Ser ciudadano de un país significa estar bien informado de la situación propia de su país; respetuoso, comprometido con la elevación de la calidad de vida propia y la de sus conciudadanos. Estás poderosas acciones de todo buen ciudadano, obviamente que le sacarán de la zona de confort, desde donde es muy fácil señalar sin aceptar compromisos para el cambio; desde donde es fácil exigir sin ninguna pretensión de dar.
Ser ciudadano de un país exige mucho trabajo, constante, por momentos muy duro, exige que seamos productivos, proactivos en cuanto a la búsqueda de la paz, de la justicia, de una mejor calidad de vida para todos en una armoniosa convivencia.
La ciudadanía, ejercida de acuerdo a los principios bíblicos, garantiza la convivencia gozosa de los ciudadanos, de las personas que comparten un espacio e intereses comunes. No es para nada sinónimo de igualdad o uniformidad, es más bien diversidad; en esto último es donde se luce con mucha más fuerza la armonía, en la convivencia pacífica en diversidad. Sólo cuando aceptamos que nuestro prójimo es diferente y nos disponemos a la sana convivencia en respeto y mutua colaboración, solo entonces podemos verdaderamente gozar nuestra ciudadanía.
Ser ciudadano de este país, se demuestra a través del constante sueño de una Guatemala mejor, por medio del sentimiento ferviente por nuestra patria, no solamente durante algún evento deportivo o político; sino más bien, en cada día de nuestra vida; se demuestra con pequeños detalles, como no tirando basura a la calle, como respetando los derechos de vía, siendo amables en el caos vehicular, etc.
Ser ciudadanos de un país es cumplir a cabalidad lo que la Biblia dice en Romanos 12:21 “No se dejen vencer por el mal. Al contrario, triunfen sobre el mal haciendo el bien”.
Vale la pena resaltar que “La presencia de los buenos trae bienestar a la ciudad; la presencia de los malvados sólo le trae desgracias” Proverbios 11:11